por Janet Val Triboullier. Maestra de educación Infantil. International Aravaca. j.tribouillie@internacionalaravaca.edu.es
Conocer una realidad a veces no es suficiente, a veces es necesario desmenuzarla para entenderla. Dentro de un proyecto donde aprendemos sobre los sentidos no pudimos quedar inmóviles y nos implicamos de lleno compartiendo dudas y observando directamente lo que tenemos más cerca. Así unimos unos hilos que hacen que los procesos de aprendizaje sean más activos, y gracias a los cuales se crean caminos donde la pedagogía va unida a las vivencias cotidianas de los niños.
Caminando cada día a la escuela pasamos por un parque que posee una fuente estupenda, una fuente que parece que baila sola con un ritmo propio, ajeno al mundo que le rodea. Decidimos, las maestras de los niños de cuatro años, incorporar el brillo de lo cotidiano en nuestras propuestas sobre los sentidos. Los sentidos son las ventanas hacia el mundo. Los sentidos son las ventanas del cuerpo para mirar los elementos que provienen de la naturaleza, pero también los del medio ambiente que nos rodea. Los sentidos se interrelacionan entre sí y nos ayudan a conocer el entorno al que pertenecemos. Hugo Assman (2004) profundiza sobre la curiosidad innata diciendo que los seres humanos somos seres biológicamente disponibles a explorar, conocer, buscar sentido y la calidad de los significados a través de la ludicidad humana, de los procesos creativos y proyectuales del juego.
¿Qué conduce a un científico a investigar? Los científicos participan con las personas en la necesidad de informarse del mundo. El método científico alienta el trabajo del investigador a experimentar y crear diferentes diálogos con aquello que investiga, bien sea en la propia naturaleza o bien en el laboratorio.
Nuestro experimento; entre todas las actividades realizadas y que aún se están realizando, consistió en “sentir la fuente”. Así, una tarde de sol salimos andando desde la escuela hasta la fuente del Parque de Arroyo Pozuelo. Al llegar nos vendamos los ojos. Un niño guiaba al otro de la mano, con cuidado, alrededor de la fuente. El oasis lleno de chorros arqueados se había alejado de su función original, la de abastecer agua, para convertirse en un lugar solitario y tranquilo. Murmuraba sus secretos. Salpicaba dulcemente su agua haciendo sonreír al que se encontraba lo suficientemente cerca. Al girar alrededor de ella en un dulce juego sensorial su sonido era más un arrullo que producía un grato sosiego.

fuente: Janet Val Triboullier
Descubiertos ya los ojos antes vendados, la fuente fresca y sonora pasa a ser mirada de otra manera. Poco después tocada, era necesario acercarse para averiguar aún más sobre sus reflejos. Una niña descubrió un arco iris. Otro niño casi veía peces. Y no tardó en surgir un juego inevitable cuando intervenían los chorros de agua a pesar del invierno. La luz del día daba mucha alegría al borde de nuestra fuente. Vimos correr el agua y luego apagarse, esperando en el silencio. Vimos ondas tras ondas. El navegar de alguna hoja. Y algún deseo ya olvidado en forma de piedrecita cayó al agua. Un niño me decía este parque no tiene nombre; se le conoce como el parque de la fuente.
Volvimos a la escuela «con ganas de volver en verano», me decían los niños. Ya en clase nos comentaron lo que habían escuchado. El sonido del aire, el pisar del césped, el crepitar de las hojas de los arboles junto con el rumor del agua de la fuente. Junto con los sonidos de las bicicletas o de los coches que pasaban todo formaba un conjunto armonioso. Con plastilina recrearon sus representaciones de sus fuentes y de otras nuevas inventadas, incluyendo el agua y sus chorros. Ese sí que era un reto.
Esto me lleva a recordar un texto de Loris Malaguzzi sobre lo que él consideraba una escuela amable. Quizás se podría rescatar alguna en esta narración: Una escuela amable es un territorio donde los matices de los paisajes luminosos, cromáticos, sonoros, polisensoriales y táctiles conforman y componen el aire de una escuela que respira armonía, tranquilidad, serenidad y mundos imaginarios que unen lo real con lo posible.
Nos dimos cuenta que la propuesta fue más allá del proyecto sobre los sentidos y del edificio escolar. La escuela forma parte de una comunidad y de su contexto local. Los encuentros y desencuentros con el entorno de la escuela forman parte de un contexto sociocultural, y éste es experimentado por cada niño y cada familia de forma particular y diferente. El diálogo personal de cada niño con su escuela quedará en la memoria como una huella afectiva de ese lugar donde estamos creciendo.